De rocas y debates pantanosos, o la grieta local

Por Raúl Rojas

Si hay un tema de constante agenda entre las y los habitantes de la ciudad de General Roca, que acalora charlas y debates más y menos serios, es la cuestión del cambio de su nombre.

Roquenses o «fisquenses» reeditan de tanto en tanto una discusión que ya se anota décadas de vigencia, además de un fluctuante número de partidarios y detractores. Es «la grieta» local, para encuadrarlo en términos tan de moda en los debates contemporáneos argentinos.

Vamos con un poco de historia conocida. La ciudad, primero un Fuerte, fue bautizada por el coronel Lorenzo Vintter, en honor al general Julio Argentino Roca, comandante de la expedición militar que, a hierro y plomo, «conquistó» los territorios al sur del río Colorado. Era 1879 y, un puñado de años después, llegarían a la zona inmigrantes europeos, que comenzarían a dar forma a la región agrícola del norte de la Patagonia.

Pero en los registros del escriba de la expedición, Manuel José Olascoaga, figura la designación que los habitantes aborígenes daban al lugar: Fisque Menuco. En la más aceptada traducción del mapudungún (la lengua mapuche), «pantano frío». Desde hace años largos, este nombre se convirtió en estandarte de las reivindicaciones indígenas contra la historia hegemónica y también por el recuerdo del exterminio llevado a cabo por Roca y sus comandados.

No han sido pocas las veces que se ha propuesto el cambio de nombre en la ciudad, como no son pocas las personas que ya lo hicieron en su hablar cotidiano. La última iniciativa fuerte se hizo en 2012 y la impulsaron gremios, organizaciones sociales y culturales y representantes de la comunidad mapuche. Se propuso un proyecto de ordenanza, que finalmente no prosperó, pero cuyo debate resurge periódicamente.

Es que la propuesta choca contra la fuerte oposición de buena parte de la población, tradicionalmente conservadora, que no considera el tema como una prioridad y no ve con agrado la imposición de un nuevo (viejo) nombre para la ciudad. A lo que se suma cierto cariz reaccionario hacia el pueblo mapuche y sus reclamos, fuertemente basado en falacias instauradas sobre su origen: «son chilenos” o sobre su supuesta responsabilidad en la desaparición del pueblo tehuelche.

Por lo dicho anteriormente, creo que el cambio de nombre no es oportuno. No hoy, porque primero hay que construir una sociedad más abierta a aceptar las demandas indígenas, más consciente de los hechos históricos y del rol de ciertos personajes de la historia. Se necesita construir un consenso, apagar miradas y pensares racistas y reaccionarios, educar el cambio desde las escuelas y los primeros años; desde la cultura, con el apoyo del Estado.

Una población más comprometida con los derechos de los pueblos originarios. Una población que no los entienda como ajenos a sus propios intereses sentirá naturalmente la necesidad del cambio en el nombre de la localidad.

Es entendible el argumento de quienes aseguran que el cambio de nombre haría justicia con las y los habitantes originarios de la región, criminalmente masacrados o expulsados de sus tierras. Pero no es menos cierto que hacer un cambio intempestivamente también es avasallar la legitimidad de quienes forjaron la identidad local, aquellas y aquellos primeros habitantes, quienes cimentaron la ciudad y la sociedad actuales. Esas y esos pobladores poco tuvieron que ver con los carniceros que despojaron al pueblo mapuche de sus tierras y sus vidas; su memoria no merece aquel mismo destino.

Como apuntó el político e historiador Pablo Fermín Oreja, «el movimiento de reivindicación que los descendientes mapuches sostienen aporta respetables testimonios que enriquecen la historia común, junto con el proceso inmigratorio (…) este sano objetivo se vería empañado, no obstante, si se alentara la intencionalidad de suprimir nombres definitivamente consagrados por la historia y el consenso público».

Es mejor que el cambio de nombre fluya naturalmente, como las aguas de los manantiales que encontraron acá los conquistadores. No hay urgencia; hay mucho tiempo. Tiempo para homenajear en paredes, en madera y en piedra a aquellas personas que habitaron antes este pago. Tiempo para generar conciencia fuerte al respecto: recordar lo que pasó desde las instituciones, recordar a los asesinos como asesinos y a las víctimas como víctimas.

La roca, como el nombre, como muchas mentes e ideas, es dura, persistente. Pero a la roca se le puede dar forma, se la puede hacer rodar y avanzar. El cambio, como ese agua de manantial, puede erosionar la roca, hasta alterar su forma, o hasta hacerla desaparecer. Todo lo que necesita es tiempo.

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