Comunicación 2.0

Por Simón Díaz

¿Cuántas veces escuchamos a alguien quejarse por la comunicación hoy en día? O mejor dicho: por la no comunicación. Es un tema latente en miles de charlas en Argentina y me atrevería a decir en el resto de los países. No hay forma de esquivar la situación comunicativa que estalló y nos atraviesa desde el primer lustro del 2000 con los avances tecnológicos y especialmente Facebook. Un ejemplo de esta mutación son las salas de espera: por varias décadas eran lugares de “meditación” forzada por el silencio reinante y miradas cruzadas, sin embargo, ahora la mayoría nos sumergimos (sería hipócrita si me excluyo) en un celular, Tablet, notebook o cualquier dispositivo para combatir el aburrimiento colectivo. Las revistas del corazón, deportes o política ya no pasan de mano en mano cuando a uno le toca el turno y tampoco hay charlas pasatistas. Lo mismo sucede en las cenas de fin de año cuando se comparte una cena con familiares que aunque los apreciemos poco sabemos de ellos últimamente. ¿Entonces qué hacemos? Chequeamos twitter, vemos algún gol de la liga de Holanda o el último chimento de la farándula en internet.

Si bien es cierto lo que sostiene el periodista Horacio Licera al afirmar que no aprovechamos los tres momentos del día (mañana, tarde y noche) para conversar en familia; no es menos cierto que hoy no tiene sentido separar la jornada en ocasiones para charlar con la familia ya que lo podemos hacer, literalmente, en cualquier momento y lugar. Ahora podemos mandar un mensaje desde la cama apenas uno se levanta o mientras viaja en colectivo, algo que antes no era ni siquiera imaginable.

Otro punto a favor le anotamos a la comunicación virtual, cuando tu abuelo o tus padres cuentan cómo mantuvieron contacto a través de cartas manuscritas; a todos nos invade una sensación romántica del amor de antaño. Sin embargo, si lo pensamos un momento podemos imaginar los miles de mensajes, videos y demás que podrían haber intercambiado si hubieran existido los celulares, podrían haber construido una relación más estrecha, conociendo gustos personales y puntos en común, por ejemplo, cosas que no eran posibles por las demoras del correo.

Sinceramente no es culpa de los jóvenes (y no tan jóvenes) que abusan de las tecnologías, el que sea tan difícil charlar con alguien en cualquier situación. Quedaron obsoletas las cartas y las postales, pero ahora hay Instagram y grupos de chat. Quizás lo que escribimos no sea tan sentido o meditado como antes por la inmediatez en el intercambio de mensajes pero la cantidad de intentos de conversación se multiplicaron por quién sabe cuánto.

Como cuenta Mark Zuckerber, uno de los creadores de Facebook: “Cuando yo era bebé mi mamá guardaba en un álbum momentos de mi vida, luego llegaron las cámaras de video y ahora tenemos las redes sociales. Yo creo que la realidad virtual permitirá a la gente tener un asiento de tu vida para que lo pueda compartir con quien desee. No sólo para reproducir en dos dimensiones, sino para vivir momentos por completo”. Esta frase merece ser pensada un momento, por supuesto, sin olvidarnos quién la dijo. Pero, como antes mencioné, la tecnología no nos obliga a hacer o dejar de hacer algo, todo lo contrario, nuestro abanico de opciones se abre cada vez más. Sería ridículo renegar contra esto.

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