Aire

Por Catalina Martínez

Un día como cualquier otro, me dejaron a cargo de mi hermano Baltazar y lo ahogué. Cuatro años tenía, yo once. No soportó mi peso, me suplicó me corriera que enserio se ahogaba. Yo no le creí. Su manito se movía abajo mío y tocía, yo pensé que era un juego. Fueron los cinco segundos más largos de mi vida. Cinco segundos de un blanco cargado de adrenalina.

Habíamos corrido por las escaleras, persiguiéndonos por el control remoto. Él, pequeño y regordete intentó bloquear la puerta pero no pudo. Lo alcancé y lo tiré en mi cama. Ambos reíamos. Era una de las pocas veces que jugábamos juntos. Ya era grande, pero había cosas que no manejaba. La fuerza y los celos.

Segundos después de tirarlo en la cama me senté arriba suyo como castigo por haberse llevado el control remoto. Aún reía.

Luego la risa se transformó en inaudibles pedidos de auxilio.

-Por favor Cata, salí que me ahogo.

No salí nada. Porque aún sentía que se movía. ¿Por qué no me corrí? ¿Acaso era la inocencia de quien no se da cuenta de lo que está haciendo? O realmente era capaz de asesinar a un hermano, a mi propia sangre, porque me había robado a mi mamá, siete años atrás.

Y finalmente su mano sucumbió bajo mis 60 kilos de entonces. “Lo maté- pensé- qué hice! Mamá me mata, todos me matan. ¡Dios! Que lo hagan.”

Así no tendría que vivir con el calvario y la culpa de haberle quitado la vida a mi hermanito. A él, a Baltazar a quien tanto había deseado cuando estaba en la panza de mamá y a quien leía cuentos que seguro escuchaba. Todas las veces que habíamos peleado serían dulces momentos. O no, tal vez tenía más ganas de morir aún por pensar que había sido una pésima y tormentosa hermana mayor.

Adiós mundo. Adiós a mi privilegio de ser la mejor alumna del grado, de tener una familia que me ama y amigos con quien jugar los fines de semana. Sería mejor agarrar mis cosas y huir. Dejaría una carta pidiendo perdón. Me buscarían sólo para molerme a palos y ojalá lo hicieran y después…que me maten.

Por suerte, luego de esos cinco segundos mortales oí la bocanada de aire de como quien sale del agua luego de tocar el fondo. Profunda y cargada salvación. Sentía sus pulmones como míos, los quería llenar yo misma suplicando que me perdonara, que era la peor hermana del mundo, que no le contara a mamá, que él vería lo que quisiese en la tele a cambio de su silencio y complicidad. Él, que ganaría mucho si hablaba, se conformó con el control remoto y una promesa de que cambiaría.

Fotografía intervenida por Lucila Pugni Reta
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