Culpable

Por Keila Giles

Era un día sábado del mes de Julio, no recuerdo exactamente la fecha pero si lo que pasó ese día, ese día fue cuando secuestraron a mi hermana menor.Mi hermanita que en aquel tiempo tenía tan solo cuatro años, estuvo todo el día persiguiéndome para convencerme de que la llevase a la plaza que tanto le gustaba, sinceramente no tenía ganas pero ante su insistencia terminé accediendo.

Alrededor de las cinco de la tarde, después de avisarles a mis padres que saldríamos, nos encaminamos hacia la plaza del centro de Villa Regina. Hicimos cerca de quince cuadras, o tal vez más, apenas habíamos llegado mi hermana quiso subirse a todos los juegos que veía, la acompañé pero no le tomó ni quince minutos que ya se había hecho amiguitas con las cuales jugar.

Observaba cómo corría junto a unas nenas, no paraban, tenían mucha energía que gastar, me puse a leer un mensaje que me había llegado y cuando volví la vista al lugar donde tendría que estar mi hermana, ya no la vi. Guardé el celular, me paré y empecé a llamarla todavía con calma porque sabía que estaba jugando con sus amiguitas, o al menos eso creía porque justo en ese momento aparecieron las nenas, que minutos antes la acompañaban, sin ella. Me desesperé y me fijé en todos los juegos a ver si la encontraba pero no había ninguna señal.

–Zoeh!—grité.

Algunas personas sólo me miraban y seguían hablando o jugando con sus hijos.

–Zoeh—grité aún más fuerte, pero nada.

Les pregunté a las nenas sobre mi hermana y ambas contestaron que un señor se la había llevado, ahí me desesperé aún peor, el corazón me comenzó a latir tan fuerte que parecía que se saldría en cualquier momento de su lugar. Muchas veces le dije a mi hermana que no tenía que hablar con desconocidos pero tenía cuatro años, uno le ofrece a un nene de cuatro años un caramelo, un juguete o lo que sea y el nene accede.

–Zoeh!—volví a llamarla, con la voz entrecortada.

Quería llorar y mucho, estaba asustada por qué no la encontraba y ese día ella era mi responsabilidad. Seguí buscando pero nada. Regresé al lugar donde estaba en un principio esperando que ella estuviese buscándome, pero no estaba.

Me quedé parada mirando para todos lados. No la veía, mis ojos estaban rojos, sentía una presión en el pecho que subía hasta mi garganta, el aire ya no pasaba, las piernas no querían moverse del lugar. Estuve cerca de diez segundos, que parecían horas eternas llenas de angustia, echándome la culpa que por haberle prestado atención a un mensaje se habían robado a mi hermana. ¿Cómo iría a mi casa y le diría a mi madre que había perdido a su hija menor? ¿Cómo le diría a mi padre que habían secuestrado a su “bebé”?. ¿Cómo seguiría yo con mi vida? no podría, mi única responsabilidad era cuidarla y la perdí, había dejado que se la lleven por mirar un mensaje. Me odiaba, quería morir, porque no aguantaría vivir sabiendo que la desaparición de mi hermana se debía a mi irresponsabilidad. Yo era la culpable, mis padres me echarían de la casa, me odiarían y con justa razón, mi hermano de seguro no dejaría de echarme la culpa.

Tomé el teléfono y marqué el número de mi papá, el celular sonaba, sonaba, sonaba…

–¿Hola?…—mi voz creo que apenas se escuchaba.

–Hola hija, ahí estamos yendo, perdón por no avisar— dijo mi papá y me cortó.

Me di vuelta al sentir unas manitos en mi espalda, era ella, y atrás estaba mi papá.

El señor que las nenas habían mencionado era mi papá que había visto a mi hermana y la había llevado a comprar un helado, su intención era volver enseguida pero la heladería estaba llena, me enojé y le discutí por qué no me había avisado, pero siempre fue demasiado distraído. Sentí un alivio tan profundo al ver que nadie había secuestrado a Zoeh, de todas formas aquel momento amargo nunca salió de mi mente, esa vez fue solo un susto. Un susto terrible, espantoso. Hasta el día de hoy, dos años después de aquel día, siento terror cuando pierdo a mi hermana de vista aunque sea por tres minutos.

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