Sueños rotos

Por Blas Saavedra

“Yo formé parte de un ejército loco, 
tenía veinte años y el pelo muy corto, 
pero mi amigo, hubo una confusión, 
porque para ellos el loco era yo”

“Botas locas”, de Sui Generis

No se estaba viviendo una época pacífica en el país, después de la muerte de Maldonado. Que el ambiente pudiese tornarse más turbulento era impensado por algunos. Gordon Freeman, un hombre de veintisiete años, hijo de padres extranjeros que decidieron mudarse a Argentina hacía ya varias décadas, ejercía su papel de miembro activo en la Prefectura Naval Argentina, orgulloso de servir en ella. Pertenecer había sido su sueño desde que veía programas en la tele.

Un día, tras la práctica de tiro habitual, Freeman volvió a su casa dispuesto a relajarse un poco. Descanso efímero, ni bien prendió el televisor, le llegó un aviso en el que se le comunicaba que había sido convocado para una operación que se iba a realizar en una provincia del sur del país.

Preparó su equipaje y partió. Una vez en Bariloche, se encontró con el resto de su equipo, entre ellos el Cabo Primero Francisco Javier Pintos. Se les habían dado instrucciones directas: Desalojar aquel lugar que estaba siendo ocupado.

Le habían informado que las tierras estaban tomadas hacía ya tiempo por esta gente que Gordon desconocía. Sólo quería terminar con aquella misión, porque algo le parecía raro. Algo olía a gato encerrado.

Comenzaron. Freeman notaba tenso el ambiente. “El aire se siente frío” pensó. Entre tanto grito, corridas, paso redoblado y disparos, uno le llamó la atención. ¡Bang! Y de pronto, el silencio. Alguien cayó y Gordon dudó. El combate para el que había entrenado no tenía ese olor asesino. No era parecido a esa masacre.

Entonces huyó, no le importó qué le dijeran ni si lo castigaban. Él no había ido para matar a nadie, él no era un asesino. Él no era el asesino de Nahuel. Pero era cómplice. Cómplice por un error.

Falló. Falló a sus instrucciones. Falló a su deber. Falló a su país. Falló a sus sueños. Falló sin más.

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