Por Antonella Suppo

Cuerpos en otros cuerpos, presente en otros sueños y miradas,
no importa dónde el corazón, una mano, pasos, apéndices.

Francisco Gálvez

Los días se le hacían cada vez más largos y agobiantes. Lo único que podía ver desde su cama era la televisión y el ida y vuelta de doctores y enfermeros. Cuidaban de cada niño que llegaba, así fuese por un simple resfrío. Ojalá él hubiese ingresado por un simple resfrío… él era una de esas 10.571 personas en lista de espera.

Cada tanto lo dejaban ir al cuarto de juegos. Con Manu, su compañero de cuarto hacía ya unos meses, la llamaban “la hora feliz”. La pasaban muy bien, pero, la verdad, no era lo mismo que salir al aire libre y correr como el resto de los chicos.

Cada día se sentía más débil, los doctores le habían dicho que no le quedaba mucho, pero que iba subiendo en la lista. Entonces él solo pensaba en la lucha de los padres de la pequeña Justina. Ella no había logrado llegar a la cima. El año anterior, unos días antes de que él entrara a este hospital buscando lo mismo que ella, un corazón, sus fuerzas no dieron para más. Desde entonces, sus padres luchaban incansablemente porque la muerte de Justina fuera la última de las muertes en vano de la lista de espera.

Un día le llegó la gran noticia a Manu, había un pulmón. La cirugía salió perfecta y antes de irse dijo: tranquilo, siempre voy a estar, yo fui una de esas 10.571 en lista de espera. Pero la verdad es que a partir de ese momento eran 10.570.

Tras la partida de Manu todo se volvió más aburrido. Lo único que hacía al despertarse era tachar los días del calendario. 4 de julio del 2018. Llevaba meses en ese hospital, estaba cansado. Era el día de la votación en la Cámara de Diputados. Antes de que se le cerraran los ojos logró ver en la pantalla: todos votos a favor, la Ley Justina era un hecho, toda la Argentina era donante. Era un día histórico para ellos, para esas 10.570 personas, que en ese mismo instante pasaron a ser 10.569.