Morenito

Por Mayra Díaz

Fue duro el trayecto a Sagrado. Caminó, caminó, y caminó por largas horas bajo un cielo tenebroso. El sol decidió ocultarse aquel día, pero el viento helado se hacía notar en sus pómulos redondos, porque comenzaron a pasparse de inmediato.

Tío Emeterio además de levantarlo de un grito, no le dio tiempo para echarle algo al estómago. Los primeros kilómetros, bien. Pasando los cinco, las tripas comenzaron a alborotarse dentro de él. Pero solo llevaba una botellita de agua, dos alpargatas gastadas –una de cada pueblo-, soga y una foto vieja de mamá en su bolsita de arpillera.

Mamá. Cuánta falta le hacía. Cuánto la extrañaba. Cuánto deseaba abrazarla. Cuánto deseaba comer sus exquisitos guisos de arroz. En ese momento de nostalgia, pudo observar a lo lejos un árbol enorme, donde podría descansar unos minutos. Al llegar allí, se hidrató, y sacó la foto. A la morena se la veía feliz jugando con su perro Titi. Le faltaban algunos dientes, pero ella sonreía porque así era su filosofía de vida. Lope lloró. Lloró de frío, de tristeza y de hambre hasta que dormido se quedó.

Se encontraba en un sueño profundo. De pronto, truenos. Lope pegó un salto. Y comenzó a correr en dirección a las laderas. Faltaba poco, y debía encontrarse con Roque el Mediano. Los cuádriceps le suplicaban que parara, pero Lope, bien testarudo era, y seguía corriendo bajo la lluvia torrencial. Por allá, bajo los robles observó un chozo de barro y al cincuentón de Roque.

– ¡He llegado! ¡Por fín! – gritó con alegría, dándole un abrazo al hombre que ni siquiera conocía. – Hay que correr bajo esta lluviecita, viejo eh- chistaba Lope mientras se sacaba la camisa empapada.

Roque era desabrido. No emitió palabra. Solo observaba con seriedad a aquel adolescente vivaracho que no paraba de hablar. Lope parecía un fideo quemado. Flaco, moreno, de estatura media, ojos negros, redondos y brillantes. Tenía más charla que vendedor ambulante, pero qué simpático era.

Después de dos días pastoreando, Roque se mostró amistoso e invitó a Lope a dar un paseo. En ese paseo, sacó una pelota elaborada con cuero de vaca, y comenzaron a jugar al fútbol.

– ¡Por fin te soltaste, viejo! – Dijo el morenito, alegre.

Trabajaban, jugaban al fútbol. Esas eran sus tardes en el Sagrado, hasta que Lope fue llamado por Tío Emeterio.

– Preparate, Roquecín, que cuando vuelvas te voy a enseñar a gambetear- Dijo el morenito Lope mientras se alejaba.

Roque tomó la palabra de aquel morenito del que ganarse su afecto había podido. Pasó tardes enteras sentado debajo de un árbol, con la pelota de cuero, esperando… hasta que una tarde, creyó ver a Lope regresar.

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