Preso de la vida

Por Julieta Cornu Cardell

Cómo olvidarme de vos, Rodri, cómo olvidarnos de vos. Cuando íbamos al jardín eras siempre el más inquieto, el que andaba con el guardapolvo desprendido y todo sucio porque jugabas al fútbol con los más grandes y en el arenero con nosotros. Cuando te mandabas alguna la seño te intentaba retar, pero tus ojos chinos y verdosos podían a cualquiera. Como a Sami, enamorada, en la secundaria, que no dejaba de hablar de vos. Si no era por tu pelo castaño y despeinado, era por tus paletas separadas o tu forma de ser, como si no existiese el tiempo en tu vida. Tu presencia cambiaba el mundo de quienes te rodeábamos.

Hoy te ví y sé que vos a mí también. Soy Manuel, tu amigo y compañero de banco desde sala de tres. Me dí cuenta de que ya no eras aquel que habías sido de niño, sensible y amigable. Después de la fiesta de egresados nadie volvió a verte ni a saber nada de vos. Dónde quedó ese Rodrigo que todos conocíamos y queríamos. Pude sentir el amargo de tus ojos cuando me miraste y vi, ya no eras el mismo que antes. Tu uniforme bien planchado, altivo, tu pelo corto, rapado, oculto bajo la gorra verde combinaba rigurosamente con tu uniforme.

Y fue ahí cuando me dí cuenta de porqué tus ojos ya no brillaban como antes. Te habías reencontrado con tu padre, un prestigioso militar. Él te decía que no era necesario caerle bien a todo el mundo. Pero a vos te salía ser así, porque no buscabas que te quisieran. Te queríamos inevitablemente. Solamente eras vos y eso a tu papá no le gustaba. Para él tenías que ser desconfiado, solitario, distante, no tenías que encariñarte con nadie, porque al final todos se irían. Pero el único que se iba siempre de tu vida era él. Había vuelto, pero no para estar con vos, sino para hacerte un preso de la vida. Sé que de alguna forma ese Rodri de antes sigue latiendo dentro tuyo y espero que pueda renacer. Porque nunca nadie se va a olvidar de vos.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.