El galpón

Por Aldana Amarilla

Estábamos en la casa de Elías, era menudo y mañoso. Mimado por su mamá, nunca lo dejaba salir. Por eso nos pasábamos toda la tarde en el patio jugando con la pelota. Acordáte que fue la mamá la que nos sacó a patadas de ahí. La vieja era conocida en todo el barrio porque se la pasaba peleando con los chinos del súper que le querían dar caramelos de vuelto. Y todo fue por culpa del “Ganso”. El “Ganso” no se llamaba así. Pero con su cuello largo y cuerpo robusto era igual a uno.

-Queda prohibido entrar en el galpón porque está el negocio de mi vieja. – dijo Elías esa tarde.

Siempre quisimos saber cuál era ese negocio. Te acordás que cuando le preguntamos nos dijo que vendía juguetes. A Elías le molestaba que vendiera juguetes y no nos dejara entrar para mirarlos. Una injusticia.

Y el “Ganso” siempre pensaba en chicas ¿Te acordás? El aseguraba que los juguetes que vendía la vieja de Elías no eran para nenes de diez años como nosotros. Sino para gente un poquito más grande. Elías lo negaba a muerte.

Una vez que la vieja se fue al súper hicimos lo prohibido. Entramos. Había rojo por todos lados, en las paredes y en las cajas encima de la mesa. Abrimos una. Los afiches de hombres y mujeres desnudos nos miraban fijo. Nunca me voy a olvidar de la cara de Elías. Sí. La vieja vendía juguetes y no había mentido sobre eso.

Seguro te acordás porque el “Ganso” eras vos. Y tenías razón.

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