El comienzo

Por Eliana Salvador

Eugenia tenía cinco años cuando su padre, embajador de Pekín, se marchó. Su madre, oriunda de Jamaica, ante la drástica decisión del hombre, se tiró al mar. Ella, de cabello marrón, ojos castaños y tez morena, se había criado con su tía y al cumplir 18, se dedicó a estudiar Antropología. Ya en la universidad, conoció a un muchacho vestido con chaqueta gris,

 camisa blanca y mocasines negros. Parecía muy tímido, hasta que lo escuchó hablar, dirigiéndose a un grupo de jóvenes:

-Compañeros, la Revolución ha triunfado. Esta vez el imperialismo no ha podido detenernos. En nuestra universidad pública daremos la misma batalla, y venceremos ¡carajo!

Los aplausos de la muchachada eufórica interrumpían el discurso. Eugenia sentía curiosidad por saber quién era. Continuó escuchándolo, sin perder de vista su mirada saltona y activa:

-Somos herederos de la misma lucha. En ella han triunfado nuestros compatriotas, los héroes de la Patria Grande. Si alguno de ustedes se rinde, los yanquis imperialistas aplastarán nuestras cabezas y así dominarán nuestra amada tierra. Y a su gente. Nos impondrán su doctrina, aquí y en todos los lugares de formación intelectual y política. ¡No pasarán, compañeros!!!

Y el coro repitió:

– ¡No pasarán!!!

– ¡No lo permitiremos!!!

– ¡No lo permitiremos!!!

– ¡Hasta la victoria siempre!!!

Todos los jóvenes presentes lo ovacionaron, luego se empezaron a retirar contentos, satisfechos.

Ella se le acercó, fingiendo normalidad. Estaba sorprendida. No era lo que imaginaba. Lo miraba de reojo, tenía elegancia en sus formas. Estaban parados en el pasillo de la facultad, ella mirándolo a él. Y el militante, al darse vuelta la miró y tampoco pudo evitar perderse en sus ojos.

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