Era negra con lunares rosa

Por Daniel Quilodrán

Cuando vi la taza colgando de su mano no tuve otra reacción que gritar.

-Abi-mi-dios- dije desconcertada.

En tan solo segundos me puse en movimiento hacia mi hija de 3 tres años que había tomado una taza de lavandina. Nunca pensé que esto podía pasar, siempre había sido una niña inquieta pero jamás para llegar a este nivel.

Tan pronto la tuve cerca la sacudí de los nervios que tenía. Le hablé y Abi no respondió. Le grité y Abi no respondió. Me sentía desorientada, pero en un momento de lucidez tuve la reacción de pedir ayuda. Llamé de inmediato a mi marido que estaba en su trabajo.

– ¡Mi amor! ¡Abi se tomó una taza de lavandina!- fue lo primero que solté. Del otro lado solo sentí el titubeo.

Le pedí que viniera rápido para llevarla al hospital. Supe interiormente que tenía que accionar, cada segundo era crucial. Y en ese momento me acordé una situación similar con mi prima.

Cuando ella era chica accidentalmente tomó lavandina. No se tomó una taza, sino una pequeña dosis. Pero eso bastó para que toda la familia se alterara. Vi gente que saltó despavorida de la mesa cuando presenciaron la situación. Otros se quedaron congelados. Resulta que mi prima por accidente agarró un vaso que usaba mi abuela para dosificar la lavandina. Estaba arriba de la mesa transitoriamente porque planeaba limpiar el piso, se había manchado y mi abuela era de esas maniáticas que no toleran ni una molécula de mugre. Mi prima que venía de jugar afuera estaba sedienta y agarró el primer vaso que encontró sin prestar atención. Nadie supo qué hacer, solo mi abuela se dispuso a ir a la heladera y servir un vaso de leche. Se acercó a mi prima y se lo dio a tomar. Nadie lo objetó, después de todo la abuela era más sabia que ninguna. La leche provocó en mi prima el vómito, al parecer con eso la lavandina se fue de su estómago. Luego de ese momento incómodo y asqueroso, mi prima no tuvo ninguna queja. Y tan solo minutos después ya se encontraba jugando de nuevo.

Cuando colgué el teléfono y me acordé del remedio casero de la abuela, corrí hacia la heladera. No sin antes haberle sacado la taza de las manos a Abi. Serví un vaso de leche y me acerqué. No me atreví a dárselo, la cantidad era mucho más que la que había ingerido mi prima. Pensé que lo mejor era llevarla con los especialistas. Aun así por las dudas volví a servir otro vaso.

A casi diez minutos de haberlo llamado, mi esposo llegó. A bocinazos nos hizo subir al auto; a mí, a Abi y a mi hija mayor que ese día cumplía años. Durante todo el viaje no emití sonido. Estaba con un nudo en la garganta, mi hija podía morir. Ella se había puesto pálida en mis brazos y yo en lo único que pensaba era en llegar al hospital. Ni siquiera presté atención al tráfico que había.

Llegamos y de inmediato me dirigí a una enfermera. Ella nos hizo pasar a un consultorio de emergencias. El doctor nos dijo que lo mejor era hacer un lavaje de estómago, pero mi marido se opuso firmemente. Dijo que debía haber otra solución. Para cuando terminó la discusión mi hija ya había recobrado el color. Allí fue cuando nos confesó que realmente ella no había ingerido lavandina, sino que solo era agua. Un simple vaso de agua. Estaba feliz, aunque furiosa. Creo que fue un sentimiento de ambivalencia compartido con mi marido. El doctor soltó una carcajada al enterarse y dijo:

– ¡Estos niños! Hacen de todo para llamar cinco minutos la atención-.

Salimos del consultorio. Mi hija mayor no estaba en el asiento que el padre le había designado. La buscamos de un lado a otro, el latido fuerte de mi corazón volvía. Llamamos a un policía que estaba en el estacionamiento. En ese instante fue cuando la vi venir de la mano de un extraño. Pensé lo peor, qué más podía pasar este día. Apenas la tuve en mis brazos revisé su ropa interior. Ya no era blanca ni pura. Era negra con lunares rosa. Solo me dispuse a gritarle al tipo “hijo de puta, hijo de puta”. Mi esposo se abalanzó sobre él, era lo mínimo que podía hacer con un destructor de inocencias.

Ilustración digital realizada por Daniel Quilodrán
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