Nadie sospecharía de él

Por Martina Witte

El frío llegaba hasta los huesos. En la oscuridad de la noche reinaba el silencio. Aquel silencio que, de tan callado, tiene su propio ruido y que siempre está presente cuando nieva. Los copos, grandes y blancos, caían siguiendo un ritmo musical. Con cierta velocidad se amontonaban sobre el suelo, sobre los árboles. Casi no circulaban autos, era extraño ver la ruta chica tan tranquila. Las luces apenas alumbraban, haciéndose paso entre el negro y blanco, que invadían el cielo y se reflejaban en el imponente Nahuel.

Amanda venía en su auto, volvía de una fiesta. Al ver la gran cantidad de nieve en las calles se arrepintió de no haberse quedado en lo de su amiga cuando se lo ofreció. Iba con precaución, tratando de estar tranquila hasta que, en un momento, el vehículo comenzó a fallar. Anduvo un trecho más, con cierta dificultad y, finalmente, se detuvo. No lo podía creer, ¿justo el día del cumpleaños de su amiga tenía que desatarse una tormenta de nieve?

Enojada, deseó tener un auto más nuevo. ¿Cómo había podido olvidarse las cadenas en casa? Quizás así hubiese andado un poco más. Podía verse que iba a ser una noche complicada, con mucha nieve y posiblemente hielo. La calle estaba desierta, ya no pasaban colectivos a esa hora y posiblemente estaría allí un buen rato hasta que llegara ayuda. Golpeó el volante con bronca y se dignó a esperar.

Cuando estaba a punto a llamar a un auxilio para que viniera a remolcara, vio que un auto le hacía luces y se detenía detrás de ella. Mientras bajaba la ventanilla, reconoció al hombre que se bajó y se acercó. Muy amablemente ofreció alcanzarla hasta su casa.

Lo había visto apenas había entrado al festejo de Ludmila. Alto y buen mozo charlando en un rincón del living de la casa. No lo conocía, pero tenían amigos en común. Ella se había limitado a mirarlo desde lejos. Fue una noche divertida, 25 años es un número especial para celebrar. El calor y alegría del lugar parecían borrar la nieve que caía sin parar afuera. De pronto, se encontró frente a frente con él. Bailaron, sonrieron.

Abriéndose paso entre la nieve, llegaron a su camioneta. Ella le explicó que estaban a pocos kilómetros de su casa y le agradeció por parar. Empezaron el viaje y él prendió la radio, aparentemente no tenía ganas de hablar. Sin aviso previo y de forma brusca, dobló en una esquina y detuvo la camioneta. Amanda no entendía qué había ocurrido y, antes de poder preguntar, se encontró aprisionada contra la puerta. La agarró del cuello e intentó besarla. Al ver que se negaba, la tomó por los hombros y la obligó a corresponderle. Le reclamaba que lo habían pasado bien en la fiesta y que por la forma en que lo había mirado y sonreído, era obvio que quería estar con él. Riéndose exclamó que no era propio de una señorita provocar a un hombre y luego no querer darle nada.

Final 1: Continuó besándola. Y empezó a tocarla. De pronto, Amanda, alimentadapor una fuerza interior extraña, lo empujó y le pegó en el estómago. Mientras él se quejaba, sin aire, salió del vehículo y comenzó a correr. Con el frío de la noche empezaba a formarse una fina capa de hielo y avanzar se hacía complicado. Al llegar a la otra cuadra se encontró con dos personas, las reconoció enseguida, habían estado en la fiesta. Les pidió ayuda, entrar a su casa. Contó lo ocurrido. A las chicas les costó creerle. Siempre es el que uno menos espera. 

Final 2: Se abalanzó sobre ella. Comenzó a desvestirla y se abrió el pantalón. Le aseguró que lo iban a pasar bien, que iba a disfrutar con un hombre de verdad. Ella gritaba y trataba de zafarse, pataleando, golpeando, usando toda su energía. Él la sujetaba con fuerza cuando trataba de resistirse, por lo que llegó un momento en el que Amanda dejó de pelear. “Es lo que tengo que hacer para sobrevivir” se repetía una y otra vez, tratando de convencerse de que en ese momento lo mejor era soportar aquella situación porque, de lo contario, podría no salir viva. Y quería vivir para contarlo, para denunciarlo, para que todos sus amigos, que tanto lo apreciaban, se dieran cuenta de la persona que era. Cuando terminó, se ofreció a llevarla a su casa. ¿No entendía lo que acababa de hacer? ¿Creía que abusar de una mujer, violarla, era algo insignificante? ¿Qué todo podía continuar como si nada? Claramente él no creía haber hecho nada mal. Ese era el principio del problema pensó Amanda, mientras bajaba del auto asqueada y llena de furia.

 Foto: Martina Witte
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