Puta lavandina

Por Valeria Huentemilla

Otro día más. Otra jornada laboral. Ocho horas diarias extensas y arduas. La metalúrgica es un trabajo que demanda mucho esfuerzo corporal. A veces, mucho. A veces, todo.

A las tres y media recibí un llamado de casa, mi mujer sólo llamaba por emergencias. Fui hasta el baño para mirar el celular. En el camino, pensé que podría ser algo sobre la sorpresa que le teníamos a nuestra hija mayor, por sus ocho añitos. Pero antes de que alcanzar a decir hola, escuché la voz de mi esposa, sus sollozos, sin poder hilar una palabra. Sentí un escalofrío espeluznante. Pensé en mis niñas inmediatamente, mi corazón se detuvo durante esos microsegundos.

-Hablá mujer- le dije alzando la voz, casi olvidándome que el jefe podía estar cerca en una de sus rondas sorpresas.

-¡Es Aby! ¡Se tomó un vaso de lavandina. Vení por Dios!- y cortó.

Fueron sólo cinco segundos que tardé en hablar con el encargado de mi sector, salir del estacionamiento y arrancar el auto.

La casa quedaba solo a siete cuadras, manejé contramano en algunas calles para llegar lo más pronto posible. Sólo tenía que llegar .Mi bebé, mi pequeña, no quería imaginar que podría pasar.

Al llegar, dejé las puertas del auto abiertas y toqué bocina dos veces. Mi esposa, como un rayo corrió con Aby en brazos, Candela tenía que cerrar las puertas pero no reaccionaba y miraba atónita la escena, tuve que gritarle finalmente porque los bocinazos no eran suficientes, mientras mi esposa ya sentada en el auto empezó a llorar..

Las quince cuadras al hospital eran interminables y al llegar a la avenida principal el tráfico estaba parado. Comencé a tocar bocina y a gritar que iba de urgencia al hospital y nada. La fila atascada no avanzaba. Me golpeé la cabeza contra el volante y me quedé ahí por unos segundos. De pronto, recordé que Candela debajo de su jumper escolar usaba siempre una bombacha blanca. La miré buscando su mirada por el espejo retrovisor, vi sus ojos sorprendidos y le pedí su bombacha…ella que no entendía nasa miró a su madre casi pidiendo explicaciones de mi pedido y se agarró del asiento como resistiéndose…mi esposa exaltada le gritó:

-¡Sacate la puta bombacha!

Aquel grito casi grosero no nos permitió percatamos lo mal que pudo sentirse. Se sacó su bombacha blanca y se la quité de las manos, bajé la ventanilla y tocando bocina la agité gritando ayuda. Una cuadra más atrás una ambulancia encendió las sirenas, nos alcanzó rápidamente y nos escoltó, casi sin darme cuenta o tal vez inconscientemente para que la ambulancia no nos abandonara seguí agitando la bombacha toda el camino hasta el hospital.

Aby ingreso de inmediato a la guardia pediátrica. Candela tuvo que quedar en la sala de espera. Mi esposa y yo ingresamos al cuarto con Aby. Cuando vomitó supimos que no la habíamos perdido. Sólo debíamos esperar unos minutos más. En ese momento comencé a reprochar a mi esposa este descuido y comenzamos a discutir.

Aby estuvo casi uno hora en observación y fue dada de alta con algunos concejos del médico y un jarabe por si tenía cólicos o algo así. Todo estaba mejor, o no. porque al abrir la puerta Candela no estaba en la silla donde la había dejado sentada.

Corrimos hasta el estacionamiento y nos enteramos por el guardia que había salido acompañada de un muchacho una media hora antes.

De pronto del otro lado de la calle, vimos a Candela que venía de la mano de un tipo desconocido. No pude mas que pensar lo peor y me sentí tan culpable por haberla dejado en esa sala de espera.

La llamé, y un policía que había alertado la situación detuvo al desconocido y le preguntó quién era y que hacía con mi hija. El no contestó.

Mi esposa notó que Candela tenía puesta una bombacha.

-¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta! -gritó mi esposa desgarradamente.

Me tiré sobre él y traté de golpearlo mientras los guardias me separaban.

Miré a mi pequeña. Ella me miró y llevó su mano hasta su boca.

Fotografía intervenida por Lucila Pugni Reta
Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.