Ráfagas de otoño

Por Jonathan Paineman

El sábado 6 de mayo en General Roca, sobre la calle Moreno al doscientos y algo, tuvo lugar un suceso casi fantástico del que, por casualidad o causalidad, fui testigo. Alguna vez escuché que hay acontecimientos que eligen a sus testigos, eventos a los que sólo asisten quienes tienen que asistir. Tal vez éste fue uno de ellos.

Con mi novia teníamos pensado acudir a la Fundación Cultural Patagonia, donde se presentaría la orquesta sinfónica de Río Negro. Sin embargo, no fuimos lo suficientemente precavidos y las entradas se agotaron. Así, siendo las ocho y media de la noche y con ansias de ver algún espectáculo, buscamos en una página de Facebook que se llama “Agenda cultural Fiske Menuco”, y entre varias propuestas hubo una que nos llamó la atención por sobre las demás. Un espectáculo llamado “Vientos de Otoño”, concierto en forma de canción, a las 21 horas, en el centro de salud natural Sana, ubicado en la calle Moreno.

Hacia allá salimos, a las apuradas. Llegamos y nos recibió una mujer muy agradable, con una sonrisa enorme, nos cobró la entrada y nos indicó que la función era al fondo. Caminamos por un largo pasillo. Lenta e imperceptiblemente, nos alejamos de la fría y ruidosa realidad. Nos adentramos en un lugar que parecía completamente ajeno a la ciudad que lo albergaba. Un lugar inventado, ubicado en otro espacio y en otro tiempo, en el que el tiempo mismo no importaba.

El salón, un lugar cálido y agradable. Tenuemente iluminado por lámparas de pie, tenía un aire a templo, a lugar de meditación, de serenidad, de armonía. Nos sentamos, un poco fascinados por el repentino cambio de ambiente, y esperamos. Aparecieron dos hombres y una mujer, con solemnidad aparecieron. Se sentaron en las sillas dispuestas alrededor de una pequeña mesita ratona, sobre la cual había dos velas apagadas y tres copas de vino. Silencio absoluto, sólo el subestimado silencio. Y ellos tres, allí, sentados en calma, mirándonos. Pero mirándonos a cada uno de nosotros, directamente a los ojos.

“Un hombre del pueblo de Negúa, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó…”. De esta manera, comenzó la mezzosoprano Ana Belanko, al tiempo que Facundo Haag y Claudio Poblete la acompañaban con dulces y cristalinas notas de guitarra. Y, maravillosamente, recitó el relato “El Mundo”, también conocido como “Mar de fueguitos”, del entrañable y extrañable Eduardo Galeano. Y mientras iba diciendo “…pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende” ella, que ahora era la que contaba, encendía las dos velas que estaban sobre la mesa.

Embriagado de asombro, escuché con cada parte de mi cuerpo a esos tres artistas. Escuché con mis oídos, por supuesto, pero también escuché con mis ojos porque la música podía verse en notas de colores flotando en el aire. Y escuché con la piel, porque esas mismas notas caían sobre mí y podía palparlas. Y escuché también con la boca, porque pude sentir el dulce gusto de la perfección.

Fui arrastrado por esas ráfagas de otoño, y me deje llevar por las dos diáfanas guitarras, y por la entonada voz de Facundo, que dejaba cada nota vibrando en el ambiente, por la poderosa voz de Ana que ni siquiera sé cómo describir, esa increíble voz de cantante de opera. Increíble en el sentido más literal de la palabra, porque al escucharla casi no se puede creer que alguien pueda cantar de esa manera.

Así transcurrió un espectáculo en el que se alternó y se combinó de forma prodigiosa la música y la poesía. Con un profesionalismo y una dedicación que debieran ser ineludibles para las cuestiones del alma porque, aunque no parezca, son algo serio, sobre todo en los tiempos que corren, que corren cada vez más rápido y nos van dejando atrás el corazón. Estos tres músicos sorprendentes fueron capaces de detener ese tiempo en fuga imparable y nos hicieron respirar, y beber y mirar, y sentir, y absorber por cada poro de la piel un concierto en forma de canción. Fueron capaces de alejarnos del mundo acostumbrado, para acercarnos al otro, al que cada tanto olvidamos o ignoramos. Al mundo intangible de la fantasía a través de un repertorio que recorre músicas populares y académicas basadas en canciones folklóricas de diversas procedencias. Nos contaron cantándonos a compositores como Benjamín Britten, Manuel De Falla, Luciano Berio, Jorge Fandermole, Juan Quintero, Gari di Pietro, Fernando Cabrera, Calvo, Yilmaz, etc. Y nos cantaron contándonos poemas y relatos de Eduardo Galeano, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández y Elsa Bornemann entre otros.

No sé si este concierto en forma de canción eligió que fuésemos sus deslumbrados testigos, pero afortunadamente lo fuimos.

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