Un torrente de luz en la vereda: la estatua blanca

Por Micaela Orellana Rojas

Dos veces me crucé a Juan camino a General Roca sin saber que era él, y las dos veces que lo vi traía consigo una valija de gran tamaño. Hoy cuando se preparaba para trabajar me acerqué para preguntarle cómo hacía para estar quieto tanto tiempo y sin querer lo conocí.

Juan Rolón nació en Paraguay hace 35 años. Se recibió de actor en el “Centro de Investigación y Divulgación Teatral” en Asunción para licenciarse en Actuación en la “Universidad Nacional de las Artes” de Buenos Aires, donde conoció a su esposa en un escenario. Se casaron en Paraguay y se mudaron a Neuquén “para poder mirar las estrellas en las noches y tener nuestras plantas en una ciudad donde pueda haber algo de tierra”. Luego se mudaron a General Roca donde Silvina, su esposa, está terminando la carrera de Profesorado de Actuación en el Instituto Universitario Patagónico de las Artes. “Estamos muy felices de vivir en una ciudad fantástica para que nuestra hija pueda vivir sus primeros años” comenta Juan.

Comenzó sus actividades de estatua viviente en Asunción hace más de ocho años estudiando Teatro donde la “detención” le representaba una profunda curiosidad. Su primera estatua viviente la hizo con ayuda de Google y compañeros de Teatro para luego intervenir en espacios alternativos como el Mercado 4, el Palacio de Justicia y el Panteón de los Héroes. “Trabajamos 4 estatuas blancas con vestuario y maquillaje en simultáneo como intervenciones, para luego dar paso a una intervención callejera con 147 personas detenidas en simultáneo” expresa.

Se cree que las estatuas vivientes nacieron en la Grecia Clásica, siendo una práctica que consiste en disfrazarse de estatua para espiar al enemigo sin ser visto, pero también se tiene constancia de que en el Antiguo Egipto ya se practicaba como Teatro. Hoy existen dos tipos de estatuas: las clásicas, que se simplifican a una o dos poses y las de performance, que combinan la quietud con el baile, música o algún movimiento cuando algún espectador les deja una moneda.

Las estatuas son un torrente de luz que les devuelven mucho más que billetes y monedas: son su pretexto más preciado de entregar su mensaje de amor en medio del movimiento cotidiano en la ciudad. Es que Juan siempre quiso ser escuchado hablando sobre el amor, por eso es que dentro de su performance entrega tiras de papeles con frases como “lo que importa es cuánto amor ponemos en lo que hacemos”, de la Madre Teresa de Calcuta y “el amor verdadero hace milagros, porque el amor ya es el mayor milagro” de Amado Nervo.

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