El misterioso garaje

Por Julián Andrés Henríquez

El lugar elegido luego de la recorrida de las cuatro cuadras indicadas fue el apodado “chalecito viejo de Don Manestar” y en particular el garaje de esta vivienda. Para empezar se hace necesario un breve recorrido por la historia de esta construcción. La casa en cuestión quedaba a unos 80 metros de mi propio hogar en Neuquén capital y había sido construida en 1978 siendo la primera del pequeño barrio de dos manzanas. A solo unos metros del barrio militar de Neuquén, a la casa se llegaba en los comienzos por la barrera de ingreso a aquel barrio, sin embargo con el loteo de la zona en la década de los ´90, el acceso fue público.

Su constructor y dueño original fue, como lo dice el apodo mencionado, Don Manestar un hombre de originario de Chilecito, provincia de La Rioja. Este último habitó la casa junto con su segunda esposa Antonia hasta el año 2005, donde falleció a causa de un accidente cerebrovascular. A partir de ese momento, la viuda Antonia ocupo el “chalecito” hasta que los hijos del primer matrimonio de Don Manestar le iniciaron juicio por la sucesión de bienes, juicio finalmente ganado por estos. A partir de ahí, Antonia se mudó obligadamente y la casa paso a ser habitada por el nieto de Don Manestar por parte de su primer matrimonio. Por mi parte, tuve la suerte de conocer al dueño original de la casa a pesar de mi corta edad en aquel entonces, ya que Don Manestar había forjado una amistad con mi familia recién llegada al barrio.

En cuanto a la selección en cuestión, lo que más llamaba la atención de aquella casa pionera del barrio era su garaje. Este último era considerablemente grande en comparación con el resto del chalecito. Hecho a ladrillo a la vista barnizado, el portón del garaje era algo angosto y estaba constituido por madera de pino también barnizada, lo que le otorgaba un sentido algo rustico. El techo era al estilo “a dos aguas” formado por tejas rojizas algo salpicadas por pequeñas manchas negras propias de la humedad. Ya gastado y venido a menos en la actualidad por el paso del tiempo y por la ausencia de su dueño Manestar, el portón parecía estar permanentemente cerrado desde la muerte de aquel inmigrante Riojano. Cerrado como si en su interior ocultara algo sumamente misterioso. A su ocupante actual, nieto de Manestar, no se lo veía muy a menudo sumado a que su personalidad era reservada, por lo que hacía todavía más interesante aquel garaje. En mi caso, conocía esta construcción a partir de algunos recuerdos lejanos y borrosos de mi infancia, época en la que mis padres visitaban a menudo el garaje a raíz de la inusitada amistad.

No obstante esos recuerdos cada vez más lejanos no constituían una base firme para saber fehacientemente cómo se constituía aquel garaje. Un día, hace no pocos años, fugazmente sus puertas se abrieron y revelaron por un momento su interior. Pintado por un desgastado amarrillo pato, las paredes internas del garaje mostraban el paso del tiempo de manera contundente. A su vez, en ese momento mostró uno de sus misterios: lo que había en su interior era el Ford Taunus modelo 1976 de Don Manestar, cuyo motor no volvió a encenderse jamás desde la muerte de aquel hombre. En síntesis, resultaba excitante la historia algo misteriosa de aquel garaje que en una permanente quietud e inalterable silencio había observado desde los comienzos el desarrollo de las vidas de los vecinos del barrio.

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