Un teatro para señoritas rancias

Teatro regional

Por Daniel Quilodrán

El teatro. El teatro y sus personajes. El teatro y sus singularidades. Personajes chocantes, exagerados, con un estilo antiguo, maquillajes pálidos y dantescos, interpretaciones exuberantes. Todo eso, como en una combinación casi perfecta, da como resultado a los “Meticulosos Recortes de Señoritas Rancias”. Una obra de teatro que se presentó el pasado viernes 5, a las 21, en Casa de la Cultura -9 de julio 1049- de General Roca.

Ni los 360 kilómetros de distancia, ni las 5 horas de montaje teatral impidieron que el Grupo Periplas de Choele Choel se presentara con este show. Un espectáculo que cuenta con las actuaciones de Paola Aciar, Carolina Roa y Laura Escalante, retoma la historia de tres hermanas: Melina, Milena y Malena, quienes, sentadas en un gran diván de casa, comienzan a dialogar sobre su doloroso pasado familiar. El suicidio de su madre, la pelea por el amor de un hombre y la tan temible figura de un padre autoritario y sombrío son los tópicos en los que siempre giran sus declamaciones. Su mirada de los hechos es distante, los años que han pasado y la reflexión se han inmiscuido en su camino.

El inicio choca, choca al igual que toda la obra. Rompe con los personajes clásicos y busca, con señoras con mucho kilometraje recorrido, causar conmoción. Gestos que involucran miradas hacia el público y exclamaciones desprejuiciadas. Con esto uno se topa en un comienzo. Aunque luego, las personificaciones y el avance de la historia permiten al espectador acostumbrarse, verse hasta interpelado en ese relato.

La obra contiene un gran guión, de grandes aportaciones literarias. Su autor y a la vez director de la obra es Luis Sarlinga. El uso de repeticiones de frases una y otra vez hasta el cansancio no sirve solo para el relleno de minutos en escena. Llama la atención, significa, enriquece. También pasajes y referencias a otros textos, así como la incorporación de canciones en escena, redimensionan la obra. La llenan de nuevas perspectivas, de aristas políticas, como la visión sobre el socialismo practicado por la madre de las protagonistas. La llenan de problemáticas sociales, como la violencia sexista y dejan entrever la relación tóxica del padre y la madre de las señoritas rancias.

Diálogos a veces sin sentido para un espectador desprevenido, pero que terminan siendo producto de un entendimiento global, son lo que más abunda en esta obra. Los problemas de comunicación son algo típico de los movimientos vanguardistas que llegaron durante el siglo XX a la escena teatral. Después de todo, que uno de los personajes sea acusado de circunvalar en extremo no resulta extraño. Rodear, y más aún hacerlo con palabras, es sobre todo una excusa para aferrar al espectador.

La escenografía es escueta: una típica sala de casa, un diván iluminado por dos lámparas de luz fría, un perchero, objetos tirados en el suelo y elementos de cocina. Todo recrea una atmósfera, que al igual que el texto, deja vislumbrar algunas cosas y otras no. Deja entrometerse en algunas cuestiones y ojear otras que están ahí, aunque más escondidas, a la espera de ser descifradas.

Tres personajes con una historia que pareciera ser la de la vida de cualquier familia. Se abordan tópicos interpelantes como el suicidio, la violencia sexista, las relaciones amorosas y hasta lésbicas, los padres déspotas, el canto, el llanto, la soledad, la exageración y los años perdidos. Temas que ahondan profundo y que son parte de esta obra que se presentó, casi desapercibida, en el aula 204 de la Casa de la Cultura.

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