Excepto uno

Por Gabriel Jara

Enciende los candiles
que los brujos piensan en volver
a nublarnos el camino.

Charly García

Se olvidaron de no olvidar.

En el frío agosto, el país recordaba su pasado más oscuro. En el frío agosto, Chubut se hacía eco del grito de los silenciados. En el frío agosto, la seguridad baleaba y los medios callaban. En el frío agosto, Santiago -el brujo- salió a bancar.

Salió. Se despertó en una especie de albergue, abrió su bolsa de dormir y salió. Con la mirada radiante, enfurecida, salió. Tal vez, se acordaba de la tarde que había agarrado su mochila y le había dicho a su vieja “adiós”. O quizás pensaba en la injusticia que lo había derivado hasta allí. No importaba: él salió. Saludó a los miembros de la comunidad que lo estaban hospedando, se abrigó hasta la cara por el frío y el clima represivo. Y salió.

Empezó a caminar a paso tembloroso. Cada paso era más difícil que el anterior. Los grados bajo cero forcejeaban cada movimiento, pero él siguió. Costeó el río, pateó medio kilómetro hasta la ruta y se instaló.

El cielo, grisáceo. Los cerros, opacos. Y la ruta, habitada. No por autos, ni por camiones, sólo por mapuches, Santiago y acompañantes. Cortaron el paso y allí se quedaron. Pasó una hora. Luego pasaron dos. Hasta lo que todos temían, sucedió.

Llegaron ellos. Los que se encapuchan y andan con palos. Los que están blindados por todos lados.

Ellos.

Fueron con una orden judicial. La leyeron a grito de megáfono, pero nadie entendió. Así que avanzaron. Con balas de goma, ellos avanzaron. El brujo y sus compañeros retrocedieron.

Como en una guerra, retrocedieron. Corrieron y corrieron. No hubo refugio por ningún lado. Así que, por impulso, fueron hasta el río turbulento. Todos cruzaron.

Todos, excepto uno.

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