Mascardi

Por Adrián Facundo Huenul

Tres veces vino el malón
Tres veces lo rechazamos
Pero ahora viene otra vez
Y no podemos luchar
El winka está disparando

Leonel Lienlaf

Le decían Rafita. Mapuche. Tenía 22 años, le gustaba la cumbia. Siempre vestido de azul y oro. Soldador. Mapuche. Tenía un hijo y vivía en el Alto de Bariloche, un barrio donde no llegan los egresados porteños, ni el esquí, ni el chocolate en rama.

El 20 de noviembre agarró la enduro y bajó del barrio, quemando aceite por la ruta 40. Al mediodía llegó al Mascardi a visitar a su prima y a su tía. Tres días más tarde, Prefectura y grupo Albatros y Policía Federal y Gendarmería y los helicópteros y la represión. Eran como cuatrocientos. Cuatro y media de la mañana la calma se rompió a balazos. La patota de Pato. Las mujeres y los niños lloraban, los golpes, el gas lacrimógeno. Represión. Las nenas esposadas. Los juguetes secuestrados.

Rafita corrió montaña arriba. Nadie sabe bien qué pasó. Los de siempre dicen que eran cinco albatros contra veinte financiados por los ingleses y las FARC, dicen que los Mapuche iban armados con gruesos calibres, que los tiros arrancaban de cuajo las ramas de los pinos. Que las fuerzas de seguridad atormentadas no hicieron más que defenderse con pistolas de agua. El sábado, una chica y dos chicos bajaron del monte, Rafita no llegó al hospital. A Rafita lo reventaron. Rafita es otro Santiago.

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