Por el periscopio

Por Camila Guzmán

La dama estaba refugiada en la comodidad de su sillón. La tele se encargaba de explicarle cómo era el mundo. En la pantalla aparecían los elefantes desfilantes y de fondo el circo estaba prendido fuego: “Télam se defiende”. Pero la dama no lo soportaba, entonces hacía zapping. A la dama no le gustaban las noticias tristes y siempre que podía las evitaba.

La dama escuchaba atenta en el sillón. Veía el programa de Anna Olson y tomaba nota de la receta de un strudel de frutos secos. Afuera, la sonoridad de la calle. A veces eran los bombos, otras veces eran las marchas y de vez en cuando un piquete. La dama cerraba la persiana y subía el volumen.

La dama estaba conforme, ella sabía que estaba haciendo bien las cosas. No estaba del lado de los de afuera, amaba a los que la querían, rezaba por los que no en las misas del domingo, seguía las claves de vestimenta de una primera dama, dejaba propinas en el boulevard de la vuelta y hasta había cambiado los focos comunes por los led.

La dama estaba en la cocina, fundía manteca SanCor y hacía un strudel. De pronto escuchó un disparo. Una tensa calma inundó su departamento. No pudo evitar el impulso, se asomó y por la ranura del visillo comenzó a ver la calle. Había un joven y tres policías. El joven estaba en el piso y tenía una camisa blanca.Brotó rojo. Los policías lo dieron vuelta y ella lo reconoció. Era el joven de la vuelta, el que trabajaba en el boulevard, al que le dejaba propina.

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